Notas para leer en caso de incendio.








lunes, 15 de marzo de 2010

1912 (cuento)

Por el agua que recorre el mundo y en su transcurso cambia de color. La belleza de lo inmenso es un grito que proviene de su azul. Para que el piano que espero, llegue hasta mis manos, debe cruzar lo inmenso. En silencio, en silencio. Similar a un animal extinto similar a un carro alegórico; la caja que guarda las llaves de esta casa y la madera con que el encordado del instrumento fue tensado en arco, resumen las deudas que altos grados de cónsules y políticos retirados pueden tener de por vida… el piano de mi abuelo.
Vivo pendiente del sonido más ínfimo y diminuto. Sí, los sonidos poseen un tamaño, es verdad. Un roce entre hoja y hoja de un diario matutino cualquiera. Un aleteo de mariposa negra. Un cordón umbilical cortándose entre gritos y llanto. Y un piano silencioso que navega y se mece, mal atado y maltratado. La madera, la pintura negra, los barnices; el primero, el pulido y la cera, el segundo barniz y el pulido final para el brillo. Todo eso escuché hace ya unos ochenta años. Aún no había nacido, tampoco mis sentidos. Pero una carga ancestral proveniente de más allá del mar, vino envuelta en una niebla y cubrió Buenos Aires una noche cualquiera. La ventana de mi cuarto estaba abierta y una pulmonía casi me arrebata de mi cuerpo. Siguieron a esa noche, tristes días; casi un posible entierro. Pero nada se consumó. Mi llanto era muy escaso. Mis gritos de pequeño, se apagaron y dejé de oír las voces de los que me rodeaban. En lugar de eso, una fría melodía me fue cobijando, uno a uno mis miembros. Más tarde el entumecimiento se convirtió en un rojo color a perfume de pañales sucios. Y el piano, desde entonces, ha estado sonando. Hasta hoy día puedo oírlo. Nunca revelé esto a mi abuelo, pero puedo oír los lamentos del viejo instrumento.
Manos imprudentes, uñas sucias, polvo de las calles entrando por cualquier hendija y cubriéndolo todo; todo es improbable que está mar adentro. Un pingüino disecado se apareció frente a mi puerta, de trajo un sobre en su pico; la carta me dice que el barco está cerca y la noticia da comienzo al insomnio que me tiene las noches en vela. Despierto sin haber dormido, escribo en un diario las bitácoras posibles de un carguero holandés con destino a puerto argentino. La vela se consume; mi abuelo sigue en el cementerio. Las noches ahora son días completos, y durante los días simplemente no vivo. No reacciono más que para detenerme a oír los armónicos que un instrumento como ese puede hacer sin que se lo toque. Años y años de entrenamiento casi militar sobre cinco líneas y millares de figuras redondas, negras y blancas. Pentagramas, la tortura que uno aprende a llevar sin doblegarse. Los dedos en posición, la espalda recta. Más lento, cuidado, cuidado con el crescendo. Piano allegretto, molto vivace, pájaro negro. Allegretto pájaro muerto. Molto vivace carta de historia: un piano de regreso.
Voy más atrás en mi juventud y pierdo el conocimiento. Aunque ahora sepa que permanezco estático en una selva virgen. Cuatro hombres se acercan y comienzan a lastimarme, hacen que sangre blanco. Pero a ellos no les importa. Caigo lentamente. Después me suben a un carro y me tiran con caballos hasta una fortaleza grande, inmensa y ruidosa. Ahí me dan el toque de gracia. Después de ese día soy alguien nuevo. La selva está todavía en mí, pero como un viejo recuerdo; lejos de la recámara donde ahora brillo y soy mucho más negro. Un anciano me observa sentado de otro lado de la habitación, hasta que se acerca y nos hacemos amigos. El y sus manos saben como sacar lo mejor de mí. Desde entonces sigo esperando que vuelva mi amigo. Siento que hay un reencuentro cerca.
Soy humano cuando despierto. El insomnio se ha ido y la niebla se coló por la ventana abierta de mi habitación, como tantas otras noches. Mañana, cuando llegue a mis manos, quemaré ese piano.