Notas para leer en caso de incendio.








domingo, 26 de octubre de 2014

Insomnio IV

Volviendo de la terminal encuentra una tarjeta en uno de los asientos del colectivo al que sube. El nombre y la dirección, un abogado, y la balanza en equilibrio como detalle. Recuadro negro, diseño sobrio y elemental pero que considera de buen gusto. El sol es inevitable, los árboles de la ciudad no sirven de nada. Una bruma gris, algo así como el calor despedido por millones de personas y motores de autos estacionados invadiendo las calles, los parques, formando una capa imperceptible, una película de no-vida sobre el río.  Música ausente, sólo radios hablando sobre una pelota que rueda, donde no importan los protagonistas. Las consecuencias lógicas de pasar cuarenta y ocho horas durmiendo poco para mantenerse en movimiento hacen que el domingo se vuelva el peor día para revivir. Recupera el sueño y de golpe tiene toda la tarde para ver el techo de la habitación. Es el fin de todo. El fin de las ideas, el fin de los sentidos anulados, embotados por el cansancio. La conclusión a la que se arriba cuando no queda ningún lugar al cual ir, y con lugar equivale decir “cuando no queda nadie adonde ir”… realidad de saberse solo, no desde un punto de vista negativo o desmoralizante, sino más bien una resignación compuesta de sentido común y desgano. Como estar vencido pero sereno. Una espalda dolorida como un malestar simbólico de todo lo que pesa pero que no se puede palpar. Nada que pueda ponerse en una balanza. Por eso siempre en la tarjeta la balanza dibujada está en equilibrio, porque no se usa.  

miércoles, 15 de octubre de 2014

Insomnio III

Borré tres veces lo que quise escribir. Borré tres veces la posibilidad de nombrar lo que siento. Lo que me pasa. Dejé la cuarta vez como definitiva, cuarta vez que es ésta. La primavera bajó de repente y en toda la ciudad hace calor, ahí tenemos el escenario. “¿Siente que el mal le acecha?” “Oh sí, todo el tiempo, recurro a miles de medidas para que el mal no se apodere de mí, pero aun así tengo la imperiosa necesidad de salir por las noches a asesinar a alguna anciana”, es gracioso hasta que deja de serlo. Continuado de frase inconexas, una oración tras otra.
                Me declaro incapacitado. Hasta cinco capítulos de esto sobrevivirán. Pero lo harán sólo porque necesito tiempo para ubicarme mentalmente. No sirve la escritura automática, ni la conciencia borrada. Hay formas que respetar, procedimientos a los cuales atarse para que las palabras fluyan. La idea de una novela sin estructuras, o la anti-novela, es sencillamente una forma más de la novela. Caso distinto a la novela atonal: ahí hay un punto, un lugar adonde dirigirse. Pero sólo en deseo. Repetir lo del novelista atonal sería tan bajo como pretender hacer una novela dónde los capítulos se lean de manera desordenada, para hacer del lector un “cómplice”… es gracioso, pero desde que me propuse escribir una novela no he hecho más que desanimarme cada vez que me siento frente a la pantalla o a un cuaderno.
                Tal vez ya tengo escrita la novela, no en mi mente, eso es una imagen que sólo sirve en las películas. O conmueve a gente que no lee pero que presume que le gusta la lectura y por eso ve esas películas, y las recomienda, etc.
                Una novela sobre nada. Una novela sobre las cosas, sobre datos y sobre acciones. Sin personajes. Explicarla sería el primer paso para destruirla y reescribirla desde cero. Markson se hace presente. Nombrar el precedente es detruirlo. Fuck Marson.
                Música de fondo: en éste momento escucho la voz de Alejandro Sokol.
                Vicios de la escritura actual: todavía en niveles aceptables.

                   

lunes, 13 de octubre de 2014

Insomnio II

Cuando extrañar en infinitivo, sin un(una) destinatario(a) definido(a), se convierte en la norma general, en el atardecer de un día de descanso, sea domingo, feriado o simplemente un día libre. Donde tu cuerpo y tu cabeza van a un ritmo y el resto de las personas van a otro. Pudiendo coincidir por momentos con el tuyo o siendo todo lo opuesto, dándole otra dinámica al paisaje.
                El perro está ahí, defecando,  y está unido a su dueño a través de la correa: la pérdida total de la libertad, y no me refiero al animal. Se me ocurre, por un momento, que unas gaviotas planean sobre mi cabeza rumbo al agua, en busca de algo para comer. Pero no hay gaviotas y tampoco mar. Todo el sustento de imágenes hace lo posible por no desvanecerse, resistiendo ante la posibilidad de fugarse por una fisura o una grieta en el esquema y verme (palabra injusta) inserto, de repente, en un cubo negro donde las percepciones no funcionan y me impiden avanzar. Sin lugar dónde moverme. Algo así como estar ciego, o con el rango de visión restringido a medio metro alrededor de las extremidades (si las extendés).
                Todo es real, en la medida de que aceptás la existencia del otro, de lo otro. Pero importa poco, o más bien nada. Si compruebo que puedo vivir sin los demás, tal vez me sienta libre de deseo alguno. Libre para no lamentar lo que no poseo, y derramar lágrimas sólo ante el dolor físico si es muy fuerte.
                Ayer me fue referida una historia dónde una mujer se escandalizaba porque habían utilizado con fines artísticos (dentro del universo digital)  una frase que ella había dejado escrita en una pared, a la vista de todos, a la vista de toda la ciudad. El arte del escándalo lo llevan adelante aquellos que no son lo que dicen ser. Me considero escritor, o en busca de un estilo reconocible a la hora de unir oraciones sueltas, mientras otros se consideran poetas con una liviandad alarmante. Jugar con las palabras no debería ser algo gratuito, de hecho no lo es. No caeré en la relatividad de mi idea. No cederé un paso, no estoy en edad de hacer eso. ¿Sos poeta? bueno, estate dispuesto a que te hagan sangrar la nariz si tus versos son malos o demasiado buenos como para pasar desapercibidos.
               La ausencia es fuerte, tanto o más que la presencia (no espero un cambio después de comprobarlo), y la poesía es hoy el lenguaje de los tontos sin deseo. No me convencen las metáforas posibles: hoy busqué en la calle tu rostro, palabras que mueren al final.

sábado, 11 de octubre de 2014

Insomnio - parte I

Es evidente que no tengo la necesidad de decir algo importante. El relato está vedado en mí desde hace un tiempo… “bloqueo” le dicen algunos, “ausencia de inspiración”. Ya recurrir a esos términos demuestra una falta total de recursos para nombrar algo que es sencillo pero que pareciera que no puede ser denominado de otro modo.
       Describir la cotidianidad de una persona parece ser el recurso más a mano para continuar escribiendo. Y siguiendo con la costumbre de agregar una palabra tras otra, puedo decir que las últimas novedades del caso sobre la imposibilidad de enhebrar un suceso determinado de acciones, llevadas a cabo por un ente con vida, se reducen drásticamente a medida que pasan lo segundos. En el tiempo que cualquier persona, con intenciones de leer estos enunciados, tarda en llegar al siguiente punto, en cualquier otra parte del mundo otra persona – que puedo ser yo, precisamente –  puede estar escribiendo la misma cantidad de incoherencias y esperar la posibilidad de que las mismas (evitar lo más que sea posible el uso de la frase “las mismas” o “de las mismas”… no ayuda al normal fluir del relato) sean interpretadas como parte de un proceso mayor y más concreto de desvarío discursivo con aires de monólogo interior.
       Como capítulo de algo que nunca va a terminar de escribirse, puedo decir que esto carece de toda forma posible de identidad literaria y, probablemente, sea olvidado inclusive, hasta por mí. Pero es una entrada de un blogg, su esencia es, precisamente, ésa y no otra. Ah, las formas las formas. Las evidencias dicen que esto no tiene posibilidades de sobrevivir más allá de una lectura.
       Lector ávido de racionalidades y sospechas, te pido encarecidamente que no desprecies la gratuidad de estos párrafos. Por algo llegarán a algún lugar, el día de mañana. El viento, tal vez, los traiga de regreso a un cesto, impreso en una hoja y hecho un bollo de papel, para después ser quemado.
       Destino final de todas las palabras.

Tarjetas (4 años después)


Se llamaba Lautaro… aunque la verdad no viene al caso saberlo. Sí viene al caso saber que nunca aprendió a convivir con el resto del mundo, bajo ninguna circunstancia en la que estuvo expuesto.
Llegada determinada edad, decidió valerse del silencio y de unas tarjetas que fue escribiendo. Todas las respuestas que imaginó alguna vez estaban ahí. Fue sumando frases, los años (por su parte) sumaron tiempo. Consideró que era seguro depender de las tarjetas, por eso decidió no usar nunca más palabra alguna. Así fue ahorrando sonidos, fonemas, expresiones; sin darse cuenta que uno envejece a medida que habla su vida, cada vez que uno se equivoca; cada vez que uno se refuta a sí mismo y vuelve a empezar.
Notó que iba a un ritmo y el mundo iba a otro. Concentrando el latido de todos los que hablaban en un único y gran pulso. El silenciero ya acumulaba infinitos cartones cuando vio que ninguno esbozaba un posible interrogante. Todas las palabras en esas tarjetas eran una respuesta, una fuerte inclinación a ser hablado antes que a hablar.
Uno a uno, sus amigos fueron partiendo. Después fue el turno de sus hijos y los hijos de sus hijos; hasta escribió una despedida a su tercera esposa. Para no sentirse solo, empezó a escribir sus nombres en el dorso de las mismas tarjetas. Cada nombre de cada ser querido pasó a coincidir con una respuesta. Hubo entonces, palabras tardías para un primer amor, consejos inútiles para los hijos que ya no tenía, un “Tanto tiempo” a un tío querido. Cuando terminó con todos los nombres, escribió el suyo. Dio vuelta la tarjeta: no había ninguna respuesta escrita.
Sonrió, cerró los ojos y supo que no había más palabras que pudiera agregar.

(Esto quedó en versión borrador y no se publicó. El archivo original no está en ninguna computadora, estuvo acá esperando sin ser publicado durante cuatro años... el tiempo es algo valioso como para no darse el lujo de perderlo).

Al fin Alfan alfines.

Volví... casi cuatro años pasaron hasta que me pregunté qué era de la vida de este blogg. Casualmente releí Trilce, y los versos me trajeron hasta acá. Recuperé la contraseña. Y noté que tenía cierta regularidad con las entradas. Veremos si la regularidad se reanuda y si la "inspiración" me ayuda. Saludos desde alguna parte de la nada.