Borré tres veces lo que quise escribir.
Borré tres veces la posibilidad de nombrar lo que siento. Lo que me pasa. Dejé
la cuarta vez como definitiva, cuarta vez que es ésta. La primavera bajó de
repente y en toda la ciudad hace calor, ahí tenemos el escenario. “¿Siente que
el mal le acecha?” “Oh sí, todo el tiempo, recurro a miles de medidas para que
el mal no se apodere de mí, pero aun así tengo la imperiosa necesidad de salir
por las noches a asesinar a alguna anciana”, es gracioso hasta que deja de
serlo. Continuado de frase inconexas, una oración tras otra.
Me
declaro incapacitado. Hasta cinco capítulos de esto sobrevivirán. Pero lo harán
sólo porque necesito tiempo para ubicarme mentalmente. No sirve la escritura
automática, ni la conciencia borrada. Hay formas que respetar, procedimientos a
los cuales atarse para que las palabras fluyan. La idea de una novela sin
estructuras, o la anti-novela, es sencillamente una forma más de la novela.
Caso distinto a la novela atonal: ahí hay un punto, un lugar adonde dirigirse.
Pero sólo en deseo. Repetir lo del novelista atonal sería tan bajo como
pretender hacer una novela dónde los capítulos se lean de manera desordenada,
para hacer del lector un “cómplice”… es gracioso, pero desde que me propuse
escribir una novela no he hecho más que desanimarme cada vez que me siento
frente a la pantalla o a un cuaderno.
Tal
vez ya tengo escrita la novela, no en mi mente, eso es una imagen que sólo
sirve en las películas. O conmueve a gente que no lee pero que presume que le
gusta la lectura y por eso ve esas películas, y las recomienda, etc.
Una
novela sobre nada. Una novela sobre las cosas, sobre datos y sobre acciones.
Sin personajes. Explicarla sería el primer paso para destruirla y reescribirla
desde cero. Markson se hace presente. Nombrar el precedente es detruirlo. Fuck
Marson.
Música
de fondo: en éste momento escucho la voz de Alejandro Sokol.
Vicios
de la escritura actual: todavía en niveles aceptables.